martes, 29 de noviembre de 2011

cuartetas y coartadas


imagen María Hernando
Como siempre un lujo para
este blog tu aportación.

¿Cuartetas o coartadas?

Optimismo desbordante
Iba subiendo la cuesta que bajaba la colina.
Iba bajando la vida que se hacía cuesta arriba.
Bajando o subiendo, por la senda que caminas
siempre al final, en la meta, se congela la sonrisa.

El Poder
Yo sé que el poder corrompe
por eso, si lo he ostentado,
al momento lo he borrado
comenzando por su nombre.

¿Será cierto?
Pienso que soy tan honesto
que hasta a mí mismo me engaño,
envuelto como oro en paño
sin ser distinto del resto.

El poder de las Banderas
Banderita tú eres roja,
Banderita tú eres gualda.
Pero mi primita es coja
y a mí, me duele la espalda.

AGUA
Naciste para ser río.
Yo, para ser tu afluente.
Si tienes sed, amor mío,
pon tus labios en mi  frente.

El Guía

Imagen, María Hernando, gracias mil
***

Abatí cada semáforo,
apagué con una lágrima
la luz del sol
para que vivieras el caos de mi ciudad

y así,
así, 
asida a mi erección
con mano blanda,

temblorosa,

recorriste la barriada 
de mi enloquecido amor
y sus esquinas dobladas
de placeres y penumbras

domingo, 20 de noviembre de 2011

El coleccionista de hematomas o Amor al Arte

Lo cierto es que no sé cómo explicar esto sin que alguno de los presentes me tome por un loco, así que comenzaré presentándome para dotarlo de un asomo de formalidad. Me llamo Evaristo Arenales Del Canto, nací hace 39 años en un lugar llamado Pinares del LLano, casado, dos niños preciosos –eso dice su madre, a mí no me parece que sean hijos de la misma genética que yo, la verdad sea dicha- y una esposa cariñosa, de belleza como la de esas dos bestias que está mal criando pero sobre todo muy paciente con las rarezas que en abundancia poseo. La mayor de todas esas rarezas, consiste en perseguir hematomas para admirarlos y fotografíarlos a continuación. Sí, esos moretones que se manifiestan a flor de piel cuando algo la traspasa o agrede en modo alguno rompiendo venitas o venas.
  ¿Qué de donde viene esta afición? Cuando tenía cinco años, me encontré con el primero inesperadamente. Frente a la casa de mis padres mi vecino Manuel tenía su granero. Era una casona vieja reconvertida en almacén de paja y grano que los niños de aquella calle utilizábamos para nuestros inocentes juegos. Tenía una preciosa fachada de piedra con remates ornamentales labrados en el jabre marrón que rodeaba adornando la puerta y las ventanas de planta baja. La ventana de la planta superior era la que se utilizaba para desde la calle meter la paja en el interior. No era muy grande, solo una hoja, estaba justamente colocada bajo el vértice del tejado y nada adornaba su funcional desnudez.
  Era precisamente el tamaño lo que me llamaba la atención, pues la paja a granel es muy voluminosa y no parecía que esa abertura fuera lo más idóneo para entrada de almacén, pero bueno, Manuel que era un hombre sabio, seguro que sabía lo que hacía.
  Voy a lo del hematoma, que me ando por las ramas. Una mañana que no fui a la escuela, estaba tan aburrido que para matar el tiempo me puse a lanzar piedras para intentar colarlas por esa pequeña ventana del granero que por la razón que fuera ese día se encontraba abierta. A mí, por edad y fuerza no me resultaba nada sencillo llegar a semejante altura con esos cantos rodados tan pesados y menos aún acertar a embocarlos. Hasta que a base de insistir emboqué una. Era una piedra grande y redondeada que me ocupaba toda la mano. Mi grito de júbilo coincidió con otro no tanto que salió del interior de aquel pajar. Mi vecinita Marimar asomó a la puerta mostrando su mano derecha ensangrentada a causa de una herida en el cuero cabelludo y ante mi cara de susto, esa puñetera mocosa a la que odiaba, exageró sus gritos para alarmar a los vecinos y de paso dar motivos extra a mi madre para que me diera una buena tunda, ya que ella sabía perfectamente de la facilidad de mi mamá para soltar la mano.
  Marimar no tenía hematoma alguno, al menos visible, pero su cabeza seguía sangrando sin parar pese a la superficialidad de la herida, que era apenas un rasguño y la cosa se me ponía tan fea que salí corriendo del lugar a esconderme bajo la cama. A la media hora de aquella accidental pedrada, ya tenía mi precioso Hematoma; ese que me marcó de por vida. Era nítido y cálido, la mano de mi madre estaba perfectamente dibujada en mi carrillo derecho. No me dolía, solo lo miraba y lo miraba recreándome frente al espejo en el color y el calor. Durante todo aquel día seguí su evolución con verdadero interés. Del rosado inicial pasó a un rojo más intenso y con la llegada de la noche unas zonas moradas coincidentes con las yemas de los dedos le daban un aspecto increíblemente hermoso, surrealista, policromado y mágico. Durante días, no pensé en otra cosa que en la belleza de lo efímero, pero esa condición de volatilidad me ponía triste, muy triste. Hematoma se iba sin que yo pudiera hacer nada, aunque conociendo a mi madre sabía que llegarían otros.
  Pasados unos pocos días me encontré con el segundo. Maravilloso, geométricamente perfecto y con una característica asombrosa, perdía nitidez en los bordes hasta llegar a confundirse con el color de la piel. Estaba en la espalda de Adolfo y nació gracias a un balonazo de Chema, que era el abusón de la pandilla, un chaval grandote y bruto como no vi otro en la vida. Les juro que esa moradura era espectacular, se notaban incluso las costuras que unían cada uno de esos rombos y el circulito de la válvula. Mi romance con los hematomas ya era imparable, aquellos rombos quedaron troquelados en mi cabeza para siempre.
  Después vinieron unos años en los que aún viendo muchos, casi todos ellos producto de caídas y golpes de los que la edad otorga caprichosamente y que nuestras madres difundían con esmero en la mayor de las ocasiones, no me encontré con uno realmente cautivador que me hiciera paladear eso que sentía cual espectador de los lienzos de un pintor del Siglo de Oro que sí me hicieron sentir Mano y Rombos.
  Fue en verano, eran las fiestas de San Roque. Yo era un adolescente con cierta querencia a la conquista de chicas sin tener en cuenta otra condición que la de la belleza. El hematoma volvió a manifestarse en mi propio cuerpo. Este fue obsequio de Ángel, el  novio de Claudia y me lo hizo en un ojo. Sin mediar palabra. Artesanía pura y dura, Hecho a mano (cerrada). Vino, me dejó el obsequio y marchó.  Mi hematoma, estaba acompañado de un enrojecimiento del interior del ojo, y se extendía hacia la nariz ocupando su mitad superior cómo queriendo que esta le sirviera de asidero. Eso me gustaba, Pirata me quería y mi nariz le servía de sustento con un agradecimiento ruborizado que no podía ocultar. Lo tuve conmigo dos semanas, se iba tornando ocre con el paso de los días, era fantástico aquello de los cambios de tonalidad, le conferían vida propia; mis amigos decían durante los primeros días entre chanzas de lo más variado que tenía el ojo a la funerala. No me importaba, yo tengo la sensibilidad de apreciar una obra de arte y ellos eran (y son) unas acémilas que no valoraban en absoluto la belleza que nos rodea, aunque lo rodeado sea un ojo humano. Lo físico y lo abstracto hechos Arte…en fin, una acémilas, ya digo.
  Fue a partir de ese momento cuando decidí que estudiaría algo de la rama sanitaria. Aparqué la vagancia que tan fiel compañera fue durante años y me matriculé en Medicina obteniendo unos resultados que sorprendieron a propios y extraños hasta el punto de que mi padre fue a hablar con los responsables de la universidad para buscar la manera de que yo no pudiera falsificar las notas o encontrar donde estaba el truco que hacía posible lo impensable. No había tal truco, todo era Ilusión por lo que te gusta y Sacrificio para obtenerlo. Sí, con mayúsculas, Ilusión y Sacrificio.
   Pronto encontré trabajo en el hospital de la ciudad. Mi expediente académico era tan abrumador que aplastaba cualquier duda. Fui dichoso en Traumatología, muy dichoso, la verdad sea dicha. El Señor, quiso premiar mi sacrificio de los años anteriores y su generosidad fue ilimitada. Puso ante mí a los Grandes Maestros. Allí pude ver auténticos  SEAT, Mercedes, Honda , Renault, un Talbot, varios Ford e incluso uno de esos escasísimos y supercotizados Volvo. Los Volvo son muy apreciados, créanme, no suelen verse en un hospital de provincias. Son algo así como los Lladró de los cardenales y su aparición me supuso la sensación de haber tocado la cima.
  Como no quería estancarme di paso al comienzo de una nueva etapa que estrené en la enfermería de la plaza de toros portátil de Chinchilla, Albacete. Sí, pedí incorporarme a  Asistencia Medicalizada en Festejos Taurinos. Una etapa muy prolífica. Antes de su muerte conocí a los autores de todas y cada una de muchísimas obras maestras. Citaré solo unos pocos de estos insignes artistas, Cenizo, Aguardiente, Bolillo, Cornipresto, Ventoso o Calamar II, éste último, más que un hematoma lo que creó -en la Plaza de Almendralejo sucedió - fue una mixtura, una fusión espectacular de color y formas, un visceral conjunto que una vez tratado en la enfermería originó un Hematoma Grapado que titulé Cremallera Escarlata por su color y la disposición perfectamente vertical y centrada en tórax y abdomen del soporte de aquella genialidad del gran Calamar II que en gloria esté. Como siempre, con la cámara de fotos a mano, no desaproveché aquella histórica ocasión.

Como los amantes del Arte somos de natural curioso, lo razonable era que yo quisiera probar mi talento creativo y en ello estoy. Nunca imaginé que fuera tan complicada la técnica. Abandoné la medicina hace ya tres años y me dediqué en cuerpo y alma al estudio de los más grandes para poder trabajar a su lado. Quiero que mis obras sean tan apreciadas como las que yo he podido visionar con tanto placer y en ello estoy. Aún no me salen muy bien, pero mejoro cada día. Mis superiores en la Brigada Antidisturbios Comisario Lozano me dicen que tengo demasiado celo profesional y entreno en exceso, pero yo pienso que a quien algo quiere, algo le cuesta y conseguir formas y colores vestidos de autenticidad y armonía con una porra flexible o una escopeta lanzadora de pelotas requieren una entrega a la que estoy dispuesto por amor al arte y los resultados van apareciendo como he podido comprobar esta mañana al ver la prensa y las grabaciones de las televisiones sobre la actuación coral de la pasada tarde durante el desahucio. La conjunción perfecta entre lo esférico y las formas alargadas es un reto que me obsesiona y estoy a punto de conseguirlo con la inestimable ayuda de estos tiempos de penurias económicas que tanto se prestan a colaborar con mis inquietudes plásticas.
  Espero ser comprendido, no admirado, por todos ustedes que han tenido la amabilidad de venir a esta humilde exposición de fotografías sobre mi pasión y que la disfruten en la medida que yo lo hago.
  Muchísimas gracias.
 Una fuerte ovación del casi por completo uniformado público cerró la presentación, mientras unas lágrimas emocionadas asomaban en los ojos y delataban el orgullo de esa abnegada maestra y madre.


La imagen es de María H., no es necesario aclararlo :)

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Mirando al norte

  Desde la nueva casa, esa tan fría por su orientación norte, de la que escapaban los rayos de sol, miraba cada mañana hacia el horizonte. La frente apoyada en el cristal dejaba una huella que borraba con la manga de la camisa cada vez que se retiraba de allí.
  Al levantarse cada nuevo día se dirigía al ventanal, ese mirador de ilusiones, retiraba la cortina y antes de subir la persiana veía la huella que creía haber borrado
.



La imagen es obra de María Hernando a quien una vez más agradezco su colaboración desinteresada y la aportación personal y absolutamente creativa de la lectura que hace del texto. La visión de la huella, no de la frente, sino de los pasos que quieren encaminarse al Norte.
Un beso y millón de gracias una vez más, María. Un honor.