viernes, 18 de febrero de 2011

Aunque ahora no escribo...

..leo cosas que querría haber creado yo.
Esto lo leí ayer.
Es la primera vez que subo algo que no es de mi autoría...no lo pude evitar.
Su autor es Ray Loriga y siento que soy yo...¡qué morro tengo!


NO HAY QUE AMAR COMO LOS NIÑOS

"¿Y si dejas de susurrar? ¿De exigir de escudriñar, de manosearlo todo? ¡Qué cansado! Y qué aburrido. ¿Y si aparcas las intenciones, las malditas metáforas, las conclusiones, la arrogancia y la ironía? ¿Y si creces de una vez? Sentado en la cocina, no precisamente el cuarto más caliente de la casa, me dispongo a querer de veras, aunque para ello tenga que poner el corazón de una vez por todas en su sitio. Te veo claramente, apenas desfigurada, que decía Éludard. No más trucos, el tiempo de jugar a bandoleros ha pasado. Me veo obligado a hablar por más que no diga nada importante, ni interesante siquiera, Qué remedio. No estaré solo si puedo evitarlo, y puedo evitarlo si quiero evitarlo. No voy a callarme precisamente ahora. Sólo los niños se aprovechan del silencio para darse lustre, para hacerse notar, para esgrimir sus precarias razones. Los hombres hablan aun a su pesar y se condenan a vivir con lo dicho, con lo hecho, no hay otra manera de vivir.
Sentado en la cocina, me dispongo a renunciar a la grotesca impostura de querer en sueños, a la francesa. Una disposición muy noble, sí señor, una que ya demoraba su presencia. La espalda recta, el ánimo bien despierto, resuelto. Se enciende y se apaga la caldera, obligada por su eficiente termostato, calentando el salón, el estudio, el dormitorio, pero no hay radiadores en la cocina. El frío ayuda, espabila, obliga al corazón a dejarse de tonterías. El frío es la mar de saludable en asuntos de amor. Hay que tomarse estas cosas con ridícula seriedad o no mencionarlas en absoluto. Si hay que hacer más café, se hace, cualquier cosa con tal de evitar que nos venza el cansancio. No desfallecer es lo esencial, llegados a este punto. Bien mirado, no es de extrañar el desastre que me precede, nunca antes demostré tal entereza; me conformaba, supongo, con el rumor infantil de las ensoñaciones, con la temperatura amable y engañosa de las habitaciones más calientes de la casa. No era capaz entonces de soportar el frío, me quejaba, como los niños que protestan por cualquier cosa y lo desean todo sin desear nada y se aburren a cada rato de sus regalos nuevos. Pero ese tiempo ya ha pasado, este tiempo es otro. Ni sanvalentines, ni puñetas. Ni cartas de amor, ni zarandajas. Ni licores, ni flores. Un café más y a lo que íbamos.
Sentado en la cocina ya no imagino nada y me remito a los hechos. Hay datos exactos, pruebas, decisiones tomadas. No me tiemblan las manos a la hora de dar puñetazos en la mesa, el ruido de los nudillos contra la madera se extiende por el pasillo, es muy posible que lo escuches. No lo hago por distraerte, sino para darme la razón, para decirme que sí, que es cierto. No estoy ya para andar como los gatos, en silencio y como quien no quiere la cosa. Puedo hablar en voz alta y lo hago. Si de amar se trata, amemos, pero no como los niños, o los poetas. Sin gemidos ni reproches, sin desmayos, sin señuelos. Que no se diga que el tiempo nos pasa por encima para nada. La paciencia humana tiene sus límites y la mía está agotada. No mentiré de nuevo, las herramientas a cierta edad deben sustituir a los juguetes, también ha cambiado el tamaño de nuestros dedos. Dejemos que la edad haga su trabajo.

Ya no es posible pretender amar solo en febrero, ni al tuntún de la luna y las mareas. Si se apagan las velas, que se apaguen; si se mueren las rosas, que se mueran; si se pierde un guante, bien perdido está. Nada se parece a ti, y por tanto me parece conveniente no compararte con nada. Más que harto estaba ya de la traición gélida de los espejos. De la trampa y el cartón de los misterios y la coquetería boba de las leyendas, los laberintos, los crucigramas. 

Sentado en la cocina y apoyada la espalda contra el frío real, me dispongo por fin a quererte, pero no como los niños, no con ese amor caprichosamente desesperado, no entre los tesoros que en realidad no tengo, sino en serio.

Con las palmas de las manos hacia arriba y los ojos bien abiertos.